"Educar en la sobriedad en nuestra sociedad consumista (III)"

2. Campos de influencia
 
 Si queremos educar a los jóvenes, es necesario cumplir con una primera condición que consiste en tener en cuenta esos cambios sociales que se han efectuado en las últimas generaciones. El mundo, evidentemente, no es el mismo que era hace veinte, treinta o cincuenta años; las condiciones en las que vivimos han cambiado notablemente, incluso en los ambientes más "burgueses". No se trata sólo de una mejoría de lo que suele llamarse "nivel de vida", sino de algo más profundo; se ha efectuado un verdadero cambio en el modo de vida: televisión, avión, móvil, ordenador, internet han cambiado nuestra vida. Tampoco los hombres somos los mismos. Percibimos el mundo, sentimos, pensamos y reaccionamos de otra manera que nuestros abuelos. Así las exigencias para una buena formación son distintas que antes. Sin embargo, algunos educadores parecen pensar que los niños serían como la hierba, siempre iguales. Esto es un error, y puede ser, a veces, la causa de la ineficacia. Hoy en día, en las sociedades de consumo, los niños no son educables como antes. Desde hace mucho tiempo, ya no están sólo bajo la influencia de la familia y de la escuela. Hay muchos co-educadores que atraen a los jóvenes a los valores más contradictorios. Estos son, por ejemplo, la televisión, la propaganda y el grupo de los compañeros de la misma edad. Ejercen una gran influencia sobrelos jóvenes y, por supuesto, también sobre los adultos. Vamos a considerar brevemente estos tres co-educadores, que determinan considerablemente el comportamiento consumista.
 
2.1. La televisión.-
 
 En nuestra sociedad, la televisión es, sin duda, la fuente principal de información y de deformación. Consumimos noticias de todo el mundo, talkshows y películas sin parar. No son pocas las casas en las que la televisión está encendida todo el día, incluso durante las comidas. Esto dificulta el diálogo, favorece la comodidad. Hay estudios que dicen, en sus conclusiones, que los niños europeos ven una media de cuatro horas diarias de televisión. En Estados Unidos, parece que ven todavía más, hasta seis horas al día, según las investigaciones del especialista Miltón Chen, de San Francisco. Así cuando un chico empieza la enseñanza media, ha visto 18.000 horas de televisión y ha pasado 13.000 horas en la escuela. Su cabeza está llena de imágenes.
 
 Pero incluso el más ávido telespectador se ve, de vez en cuando, apartado de su pantalla, y tiene que enfrentarse con la realidad de la vida cotidiana. Entonces se encuentra inmerso en un mundo inevitablemente menos emocionante que aquel de las imágenes. La vida diaria puede resultar lenta y aburrida; normalmente no es tan dinámica como una película. Es comprensible que se pueda tener ganas de huir, volver cuanto antes al mundo fantástico de la televisión, y no se quiera salir de él. Así, la televisión puede llegar a ser una droga. Se le ha llamado, no sin razón, una "droga electrónica". Hace pensar que exista también la televisión tamaño-casete que se puede llevar en un transporte público, para no estar solo consigo mismo, ni quince minutos.
 
¿Qué hacer en esta situación?
 
 Es comprensible que algunas personas adopten una postura defensiva: prohíben a sus hijos ver la televisión, o ni siquiera quieren tener un aparato en su propia casa. Este planteamiento radical puede ser enriquecedor para la vida de familia y la propia cultura. Sin embargo, no parece que sea el más apropiado para los retos de nuestro tiempo. Con controles y censuras, hoy en día, prácticamente no se consigue nada. Un alumno puede acceder por cable o satélite a todas las informaciones que quiera; puede ver los programas más nocivos en los bares, autobuses o tiendas, en las casas de los amigos o en la propia casa, cuando los padres están fuera. Recuerdo que una buena señora me contó una vez, que había discutido mucho con sus hijos adolescentes acerca de una determinada película, llena de escenas de brutalidad y erotismo: los hijos querían verla, los padres lo prohibieron. El día en que salió esta película en la televisión, la señora tenía que acompañar a su marido a una cita importante. Como no estaba segura de si los hijos iban a obedecer o no, llevó la televisión consigo en el coche. Y los hijos vieron la película en casa de los vecinos.
 
 No se consigue nada con prohibiciones. La meta no puede ser una simple renuncia. Esto es utópico y poco atractivo. Hace falta un esfuerzo más grande. Es importante ayudar a los hijos, con argumentos sólidos, a utilizar bien la televisión: a tomar una actitud crítica positiva ante ella y descubrir sus ventajas y desventajas.
 
 La televisión no es un enemigo; no es necesariamente una "caja tonta". Puede ser un buen amigo, un instrumento eficaz al servicio de la cultura y de la educación. Uno de los directores de la televisión alemana suele decir: "La televisión hace a los listos más listos y a los tontos más tontos". Conviene aprovecharla bien. Para lograrlo, es aconsejable ver en familia la televisión, y conversar después sobre lo que se ha visto. Así el aparato tan temido puede convertirse realmente en un "co-educador", en el sentido más pleno de la palabra. Puede abrir nuevos horizontes y transmitir auténticos valores. Se puede descubrir también la propia responsabilidad por los programas, escribiendo cartas al director, haciendo sesiones de trabajo. De este modo cada uno puede salir del anonimato y de la pasividad, tan propios a la sociedad de consumo. Cada uno puede contribuir a buscar "una televisión con rostro humano": es decir, una televisión a la medida del hombre, y no un hombre a la medida de la televisión.
 
Escrito por Jutta Burggraf, lunes, 26 de abril de 2010.